Encuentros intermedios. Carta de Mateo del 10 de junio de 2022.
Esta carta fue originalmente enviada al buzón de Cartas Intermedias el 25 de abril.
Una carta perdida, mojada de lluvia y cubierta de un polvo negruzco, cuyo remitente nunca quiso cerrar. A pesar de su pequeño tamaño y de no contener nada más que texto, tiene un grave peso en las manos. Emite una luz muy tenue y, de un modo incomprensible, parece estar agrietada.
Sinluz, que habéis encontrado estas líneas casi por accidente igual que yo me topé con las vuestras y decidí tomarlas en compañía: a vuestros ojos y vuestras almas dedico estas palabras.
Articular una despedida me resulta casi artificial, porque ni yo mismo termino de comprender si este viaje realmente ha llegado a un final. He puesto fin al tronar del martillo sobre el yunque, pero las grietas permanecen, finas como un arañazo sobre la espalda o profundas como los océanos de bruma y tinieblas que fracturan las Tierras Intermedias, y no se pueden reparar. Tan lejos llegaron los martillazos de la Devastación que hasta mi memoria, y quizá también la vuestra, se ha visto afectada. Casi parece que el mar de niebla que crucé para llegar aquí es el de mi propio recuerdo, el de un mandato que puso en nuestras manos deslustradas una segunda vida para alcanzar un destino que apenas podíamos comprender.
Y no será porque no haya explorado en busca de respuestas, oh, no. Movido por mi inercia, bien lo sabéis ya, me desparramé entre las grietas de este mundo hermoso, aterrador, interminable y acabé llegando a casi todas partes, pero los ríos siempre pierden fuerza antes de desembocar; quizá por eso no haya cubierto esos últimos vacíos con el vigor que me impulsaba en el principio. He sido también torrente, avanzando impávido y violento pero desapareciendo bajo tierra de repente, perdido donde no alcanza la vista, tratando de volver a emerger. Y ahora, llegando por fin al delta de mi periplo, el mar ante mis ojos refleja todo el mundo que llevo a mis espaldas. Debería parecer más definido, pero de un modo extraño me resulta mucho más grande; transparente, sí, pues su forma ya no me es desconocida, pero inabarcable, precisamente, por cuánto lo conozco.
Quizá mis palabras no tengan demasiado sentido, igual que no lo han tenido mis pasos desde que escogí, casi a ciegas, un final para esta andadura. Dando tumbos he acabado regresando aquí, al pie de la primera torre a la que conseguí llegar, siempre envuelta en nubes de tormenta y habitada tan solo por halcones. No fue el primer lugar donde me vi apabullado por la belleza rota y poderosa de estas Tierras, pero creo que fue el primero donde tuve suficiente espacio para respirar y mirar alrededor. No distinguí, igual que no lo hago ahora, los infinitos detalles y contornos del mundo, pero tuve al fin ante mí un horizonte ancho y profundo que me dio la medida de todo lo que no sé. Ahora todo es casi igual que entonces, salvo que en el cielo arden los rescoldos de un nuevo cataclismo y tengo muchas más cicatrices que entonces. Sigo sin saber mucho.
No me quedan más batallas que librar, al menos ninguna que me asuste. Volveré a trotar bajo todos estos cielos y atravesaré de nuevo todos estos paisajes, respiraré todos sus aires una última vez y así, tal vez, me decida a ponerle un punto final a mi camino. Y lo volveré a empezar, porque sigo necesitando entender. Aún no sé cuándo, ni cómo. No sé quién seré cuando vuelva a alzarme en esa capilla olvidada, ni cuando llegue de nuevo al pie del Árbol Dorado, bañado en su luz. No sé qué miraré con nostalgia, contra quién envainaré mi espada cuando antes no lo hice, ni si volveré a llenarme el corazón de una sorpresa indescriptible; una parte de mí teme que eso no vuelva a ocurrir, pero, como digo, aún hay mucho, muchísimo que no sé. Lo que sí sé es que, hasta entonces, seguiré leyendo sobre vuestras travesías, tratando de aprender a mirar con vuestros ojos las grietas que me quedan por llenar, tratando de no olvidar en ningún momento que no soy el único Sinluz de las Tierras Intermedias y que jamás estuve solo.
Clara, Guillermo, Daniel F., Mario, Daniel G., Carlos y Javier son solo unos pocos nombres con los que he tenido el honor de cruzar plumas, pero el consejo fugaz y volátil de muchas otras personas también ha reforzado mi coraza durante mis horas, que han sido meses, en las Tierras Intermedias. El martillo nos fracturó antes incluso de que oyéramos su tronar, pero juntas hemos podido recomponer nuestras esquirlas, formando un círculo que brilla mucho más que aquel que se perdió en la guerra. Esa es la luz que me guiará en el futuro.
Envalentonáos, Sinluz. Mi espada y mi pluma os dan las gracias.